Sentado en la marquesina de la parada de esa linea de autobús que ahora cogía con más frecuencia de la que le gustaría se quedó pensando en que estaba cansado, incluso pensar en eso le cansaba pero le cansaría más pensar porque estaba cansado. No quería pensar en que estaba cansado por que al último profesor al que visitó en el despacho de su facultad le dijó textualmente «Usted está en esta facultad como prueba de que debe haber heterogeneidad entre los alumnos que sirven para estudiar y ganarse un futuro digno y la gente que solo viene para decir que está en la universidad aunque luego solo asistan a las magistrales clases del señor cesped, litrona como llaman ustedes y canuto de marihuana».
Después de aquello no sabía que pensar. Realmente si sabía que pensar pero algo más le nublaba la visión de su vida, que encajaba perfectamente en la maquinaria fabricada por él mismo mente y no en la de los demás. Seguía en aquella marquesina en la que su mochila, su cazadora y hasta su propia alma le pesaban más que nunca. Estaba chafado. Se quedó mirando a la gente que pasaba: un par de chicas hablando en inglés a las cuales medio entendía si prestaba atención, cosa que no estaba haciendo; un chico alto con una perilla de chivo sin cuidar ni recortar, probablemente desde que empezó a brotarle de su mentón y su idea de parecer más rebelde; una chica con un pantalón de tela corto y de color verde o azul que conjuntaba con una camiseta sin mangas de un equipo amateur de basquet, el pelo recogido y unos auriculares que acababan en un móvil de última generación que llevaba en la mano; un hombre corpulento con un chaleco carmesí lleno de pelotitas y las manos en los bolsillos; un grupo de jóvenes hablando de sus planes de futuro para organizar una fiesta un tanto sórdida, en la cual las chicas invitadas debían vestir con la parte de arriba del bikini y una falda de paja emulando a las hawaianas. Esa gente y más solo eran personas que se apretujaban y empujaban para entrar por la puerta doble del autobus que ya había llegado y que ya estaba esperando de los primeros, como bien previsor que era.
Pasó el bonobus sin sacarlo de su cartera por la maquina y un *bip* le indicó que se había descontado el viaje. Se dirigió hacía el final del vehículo donde aún quedaban plazas y se apoderó del último asiento. Se quitó la chaqueta y dejó la mochila a sus pies. De ella sacó un cómic y comenzó a ojearlo mientras el autobus se ponía en marcha. Absorbido completamente por aquella historieta no se dio cuenta de que un aroma comenzaba a penetrarle en las fosas nasales. Casi al final del viaje, cuando acabó de leer y meditar el pequeño y fino libro se dio cuenta realmente de donde provenía dicho olor. A su alrededor no quedaba nadie más excepto la chica de pantalones cortos y camiseta sin mangas que había visto antes de subir. Se volvió apenas 2 segundos a mirarla y rápidamente miró al suelo. No solía hacerlo en un autobus en marcha porque decía que se mareaba. De pronto empezó a sentirse mal, le latia el pecho fuertemente y tenía el estomago en un nudo. Tenía nauseas.
Ya me he mareado por mirar hacia el suelo.
Pensó en mirar por la ventana, eso siempre le calmaba el mareo y hacía que se le pasara. Se quedó mirando por la ventana pero los síntomas no desaparecían. Decidió respirar profundamente por la nariz para controlar su ventilación y aguantar hasta llegar a su destino que no estaba lejos. Con la primera inspiración sus fosas nasales se colapsaron con el perfume de aquella chica. Se giró para volver a mirarla y la vio con los ojos cerrados, meditando.
¡Y de pronto y de golpe y fugazmente y rápidamente como un rayo! el tiempo comenzó a ralentizarse, pararse, hasta que, exhalando su aliento, como si, de un estertor de muerte se tratara.
Todo paró.
Ese instante tan solo duró medio segundo. Insignificante en cualquier historia. Duró lo que duran los suspiros, un abrir y cerrar de ojos. Duró lo suficiente como para que en su mente se le borrará todo y solo le quedara una frase:
Tengo que decirle algo.
Pensó en preguntarle la hora aunque el llevaba un reloj al descubierto y ella no. Que tópico más inútil. De pronto la chica se levantó y se bajó del autobus. Habían llegado al final de la linea y todos los pasajeros debían bajarse. A toda prisa recogió sus cosas y bajó del vehículo. Perdió a la chica de vista. Miró al suelo decepcionado. Se puso en camino hacía su casa y la vio d nuevo, en un semáforo. Comenzó a correr hacía ella.
¿Que le digo?
Se encontraba detrás de ella, parados por el semáforo en rojo para peatones. No sabía que el semáforo indicaba que no debían pasar los peatones pero estaba parado, congelado por no sabes que decir. La oportunidad se le escapaba. Luz verde.
– Perdona! -Dijo para captar la atención de la chica y siguió- Hey! Hola! Chica!
Cuando acabaron de cruzar él le puso la mano sobre su hombro:
– Perdona – Le dijo a la chica que se encontraba aún de espaldas – ¿me dices tu nombre?
La chica se dio la vuelta, se quitó los auriculares que dejó junto al móvil que llevaba en la mano y contestó:
– No te he oido, perdona ¿que decías? – Le espetó de golpe.
– Err, eeeh – vaciló – que si me puedes decir la hora – dijo señalando el móvil muy nervioso.
– Las doce y media – dijo ella mirando el móvil – y treinta y dos.
– ¡Gra-gracias! – Volvió a titubear.
– ¿Tu no tenías reloj? – Le dijo de golpe la chica y señaló su muñeca tapada por la chaqueta recogida que colgaba de su brazo
– Eeeh… ¡Sí! Sí sí sí perooo – alargó ese «pero» más de lo habitual para dejar trabajar a su cabeza para soltar una escusa que lo sacara de aquel atolladero – está roto, digo, va retrasado osea, con retraso vamos, que se adelanta.
– ¿Entonces se adelanta o se atrasa? – Le dijo ella confundida por lo que acababa de decir.
– Eeeh, pues, es que, no lo se, esto, la verdad, es que aún no lo he llevado a arreglar así que no lo se realmente – Ya no sabía que decirle.
– Ah! bueno pues adiós – Se despidió la chica mirándole con el cejo fruncido.
– Eh sí ¡adiós! – No! No! que no se vaya! – ¡y gracias!
La chica ya no le escuchaba, se acababa de poner los auriculares. Él por su parte se quedó allí, quieto, mirando como se alejaba.
Adiós, adiós, adiós, adiós, adiós, adiós, adiós, adiós, ¡NO!
– ¡Oye! ¡Espera! – Dijo decidido.
Date la vuelta, ¡por favor!
…
¡Por favor!
Y ella como si le hubiera oido le pensamiento se detuvo, dio la vuelta y le dijo:
– ¿Y ahora que quieres? ¿También tienes las piernas estropeadas que ni te van hacia delante ni hacia atrás?
Se quedó pensando un instante, en shock por aquellas palabras y contestó:
– ¡No! No, yo solo quería escuchar tu voz -y echó las cartas encima de la mesa, lanzó los dados y la moneda giraba ya en el aire – verás en el autobús me he quedado con tu esencia y tu aspecto pero necesitaba oírte también para poder recordarte.
– ¿Cómo? – La chica quedó patidifusa.
– Sí, lo siento si te ha sorprendido pero ¿me podrías decir tu nombre?
La chica, con cara de pocos amigos, haciendo caso omiso se volvió a colocar los auriculares, dio media vuelta y siguió su camino.
Fiasco.
Se dio la vuelta y empezó a andar de vuelta a retomar su camino. Cruzó el semáforo y se puso en marcha.
– ¡Ruth!
Se volvió a dar la vuelta y la vio al otro lado de la calle de nuevo;
– ¡Me llamo Ruth! -La chica se despedía de él con el brazo enérgicamente – ¡Hasta otra!
– ¡Adiós Ruth! ¡Yo me llamo… – un camión pasó y corto la comunicación.
– ¡¡ No me lo digas!! – Chillo ella – ¡¡ Dímelo la próxima vez!!
Y empezó a correr en dirección contraria mezclándose entre la gente que vio todo aquel teatro.
¿ Próxima vez? ¿Cuando?
Y absurda e inconscientemente sonrió todo lo que pudo.
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